domingo, enero 26, 2025
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5 Maig – Club de Lectura – Centro Cultural Gómez-Tortosa

Jueves 5 de Mayo a las 19:00h. en la Sala de Conferencias del Centro Cultural Gómez-Tortosa tendrá lugar el Club de lectura este més dedicado al libro Diario de ausencias y acomodos, de Fernando García Calderón y Facundo Laboa. Organiza: Biblioteca Pública Municipal.

Diario-de-ausencias-y-acomodos-e portada

Fernando G CalderonFernando García Calderón, tras la excelente acogida de las novelas La judía más hermosa, La resonancia de un disparo y Yo también fui Jack el Destripador, retoma el quehacer literario con Diario de ausencias y acomodos, su tercer libro de relatos, escrito al alimón con el también sevillano Facundo Laboa.

 

 

 

Laboa, como es conocido en certámenes de cuentos de toda España, lleva alimentando su currículo literario desde que, allá por el año 1989, se decidiese a cambiar su despacho de Plaza de Armas por la intimidad de un caluroso estudio de la calle Regina. Nunca antes se había animado a figurar en la portada de un libro. La vieja amistad de los alumnos de los Salesianos de Triana renace.

facundo laboa

Fernando García Calderón y F. Laboa han indagado en la vida y milagros del lingüista Juan Ángel Santacruz de Colle, reputado tasador de libros antiguos y anónimo explorador de la costa swahili, entregando a los lectores unos relatos cargados de referencias a su biografía, su vocación literaria y su afición pictórica.

Pocas veces ambas artes habrán compartido tren y asiento en un viaje de tan largo recorrido como este Diario de ausencias y acomodos.

Su dedicatoria constituye una declaración inequívoca de intenciones:

 

A don Juan Ángel Santacruz de Colle,
erudito sevillano,
embaucador emérito
y aventurero crucial
en la historia de Tanganica y Zanzíbar,
sin cuya vida y obra
no hubiese sido posible
esta segunda oportunidad.

Listado de títulos de los relatos que componen el libro:

A modo de introito
La logia de los Calígrafos
La carta
Para Elisa, un espejismo
De la pena
Once de agosto
El peso de lo liviano
La jugada decisiva

Enoc, el miedo
Espejos velados
13 de septiembre
Memoria del hombre que huye
Epígono de William H. Pratt
Diario de ausencias y acomodos
La mañana que salió de casa

Fragmento del libro que sirve de introducción

“¿Pude haber sido el pintor que Adela deseaba? ¿Pude y no quise? En serio, ¿pude? ¿Qué habría sucedido si…?

Son preguntas que se repiten, como el alioli de mi difunta madre, cuando la veo pasar desde de mi ventana, allá, en la otra acera, del brazo de su marido tenedor. De libros, se entiende, si bien es verdad que en el barrio no hay chico ni grande que no emplee su apodo para referirse a él ahora que es famoso. El Tenedor. De tres puntas, apuntilla el hijo de la portera de mi finca.

—La punta de la nariz, la punta de su barba de chivo y la punta de la po… —los suspensivos los pone de su cosecha sometido a la autocensura de la catequesis. Yo, menos gazmoño y más dado a la hidalguía, directamente lo califico de hideputa.

De novia —mía—, deseaba un artista, un pintor de cuadros grandes y capillas sixtinas, y yo, “contrista por naturaleza” en su idioma de arrabal, le respondía con una definición del diccionario. Dícese del hombre que discurre con ingenio las trazas y modos de conseguir o ejecutar algo. Ingeniero, Adela, ingeniero. Ingeniero con pasta, coche oficial y retrato de tres cuartos en Fomento. Era consciente de que la senda de un Romero de Torres no se recorre a pie. Mejor hacerse con un vehículo oficial y, luego, ya veremos dónde nos lleva.

Me las ingenié para quedarme a mitad de camino, en tierra de nadie. Arquitecto. El tipo que profesa el arte de la arquitectura. Esteta, diseñador, dibujante, calculista… Sin vehículo que costee el contribuyente, sin cuadro en la sala de reuniones de la última planta del ministerio, pero con pasta. La Cariátide, como le puso el calvo de los billares, no cedió. Quería fama, fama de verdad, y acabó sosteniendo el brazo del Tenedor con la dignidad que concede la desmemoria.

No soy un Walter Gropius ni un Le Corbusier. Apenas un alarife racionalista y acomodado, con un piso en las alturas, un chalé en la playa, esposa pija y perra. La perra se llama Adela, como Adela. Mi esposa, no. Aunque, de cuando en cuando, rabie como Adela. Fue ella la que se entretuvo en podar mi nombre hasta dejarlo en la mínima expresión. Efe. F.

Afronté la crisis de los treinta a sabiendas de que no saldría airoso. Y salí con un diploma de baile, la mano de la hija de un preboste del negocio inmobiliario y una malsana afición por la literatura. Descubrí que mil palabras valen más que un carboncillo con la efigie de la mujer que, a la manera de las estrellas de Hollywood, padece ese ligerísimo estrabismo de ojos y pechos que la hace tan seductora. Nos casamos en la catedral, de punta en blanco, tras jurarnos copular cada noche que compartiésemos cama y no sentir jamás la inclinación de traer niños al mundo. Nuestro vals se hizo eco de sociedad en las páginas centrales de las revistas de papel cuché. Ahora que navego por el proceloso mar de la cuarentena, duermo en la alcoba del fondo y no me acuesto sin rellenar unas cuartillas. Nunca falta un buen asesinato, reflejo de mi necesidad.

 

(Del relato titulado A modo de introito)”

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